La Fundación Aspacia, la Academia de Cine y el bufete Cremades hablan con Kinótico sobre esta iniciativa y los miedos asociados a la denuncia

En los primeros minutos del primer capítulo de la serie ‘Querer’, Alauda Ruiz de Azúa, su directora, muestra a una mujer, Miren, que, acompañada por su abogada, acude a una comisaria para interponer una denuncia contra su marido por violencia de género. Firme, pero temerosa, decide emprender un proceso judicial en el que no tiene asegurado ni el éxito de una sentencia favorable ni tampoco el apoyo o el cariño de sus hijos o de los amigos de la familia. Exponerse a la revictimización, levantar sospechas, sufrir represalias, perder la confianza en el entorno laboral o personal, así como experimentar un juicio traumático son algunos de los miedos por los que pasan las personas afectadas. Precisamente, con el objetivo de acompañar y dar apoyo acaba de arrancar su actividad la Unidad de prevención y atención contra las violencias machistas en el sector audiovisual y cultural, un servicio gratuito, iniciativa de la Academia de Cine y del Ministerio de Cultura, dirigido a quienes experimentan algún tipo de agresión en el entorno laboral, y también a quienes lo presencian.

Con apenas unas semanas de vida, esta unidad ya ha recibido varias llamadas, tal y como ha podido saber Kinótico, aunque por motivos de confidencialidad obvios no se pueden conocer más detalles, ni tampoco el número de personas que han recurrido al servicio que proporciona esta oficina, que acaba de iniciar su camino. Esta iniciativa no busca sustituir la vía judicial, sino rellenar una laguna asistencial, tal y como señala a Kinótico Virginia Gil, directora de la Fundación Aspacia, encargada de gestionar este servicio. «Es una medida adicional para las mujeres que estén sufriendo esas violencias y que se sientan más acompañadas en una posible toma de decisiones informada, y poder compartirlo y tomar conciencia de lo que está sufriendo. No sustituye ni mucho menos, sino que presta un apoyo que hasta ahora muchas mujeres no han tenido», recalca.

Al margen de la asistencia que brinda a las víctimas, otro de los objetivos de esta unidad es también la sensibilización y aprovechar el altavoz que puede tener un sector que, a nivel internacional, no olvidemos, vio nacer el movimiento #MeToo. Desde entonces, la reacción general ante conductas y actos de acoso, abuso y agresión sexual cambió significativamente no solo en el audiovisual, sino en todos los entornos sociales y laborales. En el cine español en concreto se mantuvo cierto silencio hasta la publicación en El País de un reportaje en el que varias trabajadoras del entorno cinematográfico denunciaban a Carlos Vermut. Durante su presentación en la sede de la Academia de Cine, Cayetana Guillén Cuervo animó a denunciar «conductas inadmisibles» e hizo una confesión ante los asistentes. «Yo, como víctima de agresión sexual, me siento muy orgullosa de poder estar aquí siendo útil y referente», dijo. Además, hace apenas unos días, la actriz Elisa Mouliáa denunció en comisaria al ahora exdiputado de Sumar Íñigo Errejón. Es innegable, pues, la capacidad que tiene la cultura para servir de espejo en la sociedad y ese es otro de los objetivos de esta unidad: dar una respuesta específica y sensibilizar. En palabras de Virginia Gil, «es importante que a nivel institucional se mande un mensaje de no aceptación de la violencia», por lo que esta unidad «no solo pretende una primera atención, sino que también tiene una vocación sensibilizadora y transformadora para que en ese sector no haya violencias».

Ante los casos de agresiones que se conocen o bien a través de la prensa o de las redes sociales, son muchos quienes se preguntan por qué las víctimas no acuden a comisaría. Sobre este asunto, la directora de la Fundación Aspacia recalca que «la denuncia es un derecho de las víctimas, pero no es un deber» porque «no es responsabilidad de la víctima haber sufrido violencia sexual sino del agresor». La decisión, por tanto, es siempre legítima, sea la que sea, y tiene que ver «con los mitos que existen en general con la violencia sexual». En primer lugar, señala Gil, muchas mujeres creen que al pedir ayuda no van a ser creídas, y que además serán «juzgadas y cuestionadas», lo que refuerza que se resistan a pedir ayuda o a denunciar. Además, afirma que «el sistema de justicia no es precisamente amable», sino que se trata de procesos «largos» y «complejos» que «no necesariamente ponen en el centro las necesidades de las víctimas». «Mientras no tengan acompañamiento, se las siga cuestionando y juzgando, muchas mujeres no denunciarán», destaca. Aunque las denuncias por violencia sexual han crecido -según los datos del Ministerio del Interior, se duplicaron desde 2013 a 2023 al pasar de 9.000 a 19.000- cree que «sigue habiendo una brecha entre número de mujeres que sufren violencia sexual y quienes lo denuncian».

Inés Enciso, coordinadora del departamento de desarrollo e investigación de la Academia de cine, incide en declaraciones a Kinótico en la misma idea: «No tiene que haber una denuncia para que la víctima tenga un espacio de acompañamiento y protección». Esta unidad, explica, ofrece una «atención de primera instancia tanto psicológica como de orientación legal» para conocer qué necesita en esa reparación. «En algunos casos necesitan un proceso legal y otras solo necesitan un apoyo psicológico o de desahogo. No hay que dirigir siempre a la persona afectada a la denuncia legal, porque son procesos muy estigmatizantes todavía, como ocurre con el caso Pericault en Francia, en el que parece que la vergüenza no parece cambiar de lado, y se sigue revictimizando a las mujeres que sufren estas violencias», apunta. Asimismo, destaca que el sector cultural «tiene mucha visibilidad para lo bueno y para lo malo», por lo que el hecho de poner sobre la mesa «esta línea roja» espera que tenga repercusión.

El «desconcierto» del proceso judicial Rosa Periche, penalista y asociada del bufete Cremades, ha señalado a Kinótico que «el gran problema de este tipo de víctimas es el desconocimiento que tienen de todo el proceso policial y judicial que viene después», por lo que considera importante que cuando una persona afectada va a denunciar sepa a lo que atenerse. «Son procesos en los que se revive constantemente la agresión a través de las distintas declaraciones que tienes que ir haciendo en el procedimiento, y esto en los efectos psicológicos de la víctima no ayuda», afirma esta abogada. Lo importante, pues, es «acompañar y proteger» a la víctima. «Dar el paso de hacer esa denuncia es un paso muy valiente, porque no solo desenmascaras la identidad del supuesto agresor, sino la tuya propia. Hay una serie de factores que yo como abogado no puedo controlar, como son las represalias laborales. Lo que sí puedo hacer es dar confianza en el ámbito judicial, que por supuesto desde el momento en el que se decide iniciar la maquinaria acompañamos hasta el final a las víctimas», agrega. En este sentido, aunque aún no puede valorar la puesta en marcha de la Unidad de Prevención y Atención Contra las Violencias Machistas en el Sector Audiovisual y Cultural, ve una «buena intención» en el hecho de «prestar ayuda» y dar «un respaldo» a quien acude a ella.

¿Qué hay del mantra que persigue a las mujeres que no recurren a la justicia en primera instancia? En la línea de lo que comentan desde la Academia de Cine y la Fundación Aspacia, esta penalista reconoce que las propias víctimas que se someten al procedimiento judicial hablan de la revictimización. Según señala, la víctima tiene que «revivir» lo que sucedió, primero ante la policía, luego ante el juzgado de instrucción, y en la mayoría de los casos se somete a «peritajes psicológicos de los médicos forenses adscritos al juzgado». A continuación, tiene que volver a declarar en el juicio y, «si se trata de un tema mediático en el sector audiovisual y cultural», se suma «el juicio social que se hace también sobre el presunto agresor y la propia víctima». «Las víctimas están descontentas porque es un revivir constante de esa agresión. Hay psicólogos y psiquiatras que dicen que eso no ayuda a la víctima a superar los hechos. Tenemos otro factor que es la lentitud de los juzgados, de la justicia, por saturación o por los motivos que sean. Si sufres una agresión, la vas reviviendo, y tres o cuatro años más tarde tienes el juicio y tienes que volver a revivirlo, para la víctima es un impacto psicológico muy duro», señala.

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