«La Champions perdería mucho interés sin los 15 clubes con más seguidores y estos, por sí solos, no serían capaces de organizar una gran competición»
En abril de 2021 se desató el mayor terremoto futbolístico de los últimos 25 años con unas consecuencias que podrían ser mayores que el caso Bossman de finales del siglo pasado. Los clubes con más seguidores del continente anunciaron la creación de una nueva competición europea, la conocida como Superliga. Los equipos se rebelaban así contra la organizadora de la Champions League, la UEFA, y al día siguiente, su presidente, Aleksander Ceferin, dobló el órdago de los equipos. El máximo directivo deportivo, esgrimiendo los estatutos de la entidad suiza, anunció sanciones a los clubes involucrados y a sus jugadores, que no podrían jugar en competiciones como la Champions League o incluso competir con sus selecciones nacionales en los torneos organizados por la FIFA, como la Eurocopa o el Mundial.
Ceferin aseguró que la Superliga es únicamente fruto de «la avaricia, el egoísmo y el narcisismo de algunos». Otros clubes europeos, no invitados a este nuevo proyecto, lo tacharon de elitista y un ataque al fútbol europeo por no basar la participación en los resultados deportivos sino en los resultados económicos de los equipos. En el centro de la discusión están también los ingresos generados por el deporte rey y la gobernanza de las competiciones. ¿Deben ser la UEFA y la FIFA quienes lideren el fútbol del siglo XXI o los clubes, sus dirigentes y seguidores? Ahí reside el nudo gordiano de este enfrentamiento.
Con la finalidad de evitar posibles sanciones, la Superliga presentó en España una demanda por infracción de las normas de competencia del que está conociendo un juzgado de lo mercantil de Madrid y que elevó varias cuestiones prejudiciales al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. No corresponde al tribunal europeo la resolución del caso, pero sí responder a las preguntas del juzgado español, que será el que decida sobre los hechos enjuiciados. Las respuestas a estas cuestiones fueron resueltas el pasado 22 de diciembre por sentencia del Tribunal de Justicia y, aunque no garantiza que el proyecto de la Superliga termine prosperando, sí que allana el camino y limita las facultades de la FIFA y la UEFA para restringir a los clubes y jugadores la organización de otras competiciones internacionales. El esperado fallo ha generado una catarata de declaraciones, en ocasiones contradictorias, y ha sorprendido porque se ha alejado del criterio inicialmente expuesto por el Abogado General del Tribunal, que en la mayoría de las cuestiones prejudiciales los Jueces siguen.
Las distintas preguntas formuladas al Tribunal de Justicia son respondidas y abordadas de forma similar. Los jueces concluyen que la UEFA y la FIFA tienen una posición de dominio en la actividad económica consistente en la organización y explotación de los derechos de los campeonatos de fútbol, particularmente a través de sus estatutos sociales que limitan a los clubes y jugadores organizar otros torneos. Aunque, como es sabido, una posición de dominio en un determinado mercado no es ilícita, sí lo es el abuso. No es un abuso, consideran los miembros del tribunal, la aprobación de normas que regulen la competición, las normas del juego o el calendario. Sin embargo, sí es un abuso que la propia FIFA y la UEFA puedan impedir que los equipos y los jugadores que participen en la organización de otras competiciones, como una futura Superliga, jueguen la Champions League o la Eurocopa.
«Los jueces concluyen que el sistema actual limita injustificadamente uno de los pilares del mercado único, la libre prestación de servicios»
Aceptar este esquema sería permitir que la FIFA y la UEFA no únicamente ostenten un monopolio, sino que además este pueda perpetuarse en el tiempo perjudicando, en último lugar, al mundo del fútbol y a los aficionados que pudieran estar interesados en otro tipo de competiciones a las ahora existentes. Pero el tribunal no hace una enmienda a la totalidad de los estatutos de estas entidades, sino que establece que esa autorización previa de otras competiciones puede ser válida siempre que la decisión y la motivación sea «transparente, objetiva, no discriminatoria y proporcionada». Es decir, no es que el sistema estatutario de la UEFA y la FIFA sea ilícito, sino que carece de procedimientos de control adecuados que garanticen que ambas entidades no denieguen arbitrariamente la posibilidad de que nuevos campeonatos se celebren sin adoptar represalias. Una postura parecida mantienen también los jueces al concluir que el sistema actual limita injustificadamente uno de los pilares del mercado único desde su fundación, la libre prestación de servicios, esencial para la movilidad de empresas y profesionales en toda la Unión.
En cualquier caso, este no es, ni mucho menos, un último episodio sino, como mucho, un final de temporada de la vieja aspiración del Real Madrid, Juventus o Atlético de Madrid (y otros grandes) por formar una Superliga europea de clubes en la que ellos sean los que tengan el control de los recursos económicos y la dirección de la organización de la competición. De hecho, la propia estructura de la competición pergeñada inicialmente para la Superliga ha sido modificada para facilitar que los méritos deportivos de los equipos más modestos les permitan participar en la competición. Lo mismo cabe decir de los recientes cambios en los estatutos de la UEFA y la FIFA, antes incluso de la sentencia, destinados a limitar la arbitrariedad a la hora de imponer sanciones a jugadores y clubes.
Estos cambios son la expresión de que, por muy lejanas que aparentemente están las posiciones entre la UEFA y la FIFA y el Real Madrid y el Barcelona, que son los únicos clubes que a fecha de hoy mantienen su interés en la Superliga, lo cierto es que no es más que eso, apariencia. Al final, competiciones como la Champions League o las ligas nacionales europeas perderían mucho de su actual interés sin los 15 clubes con más seguidores en el continente. Por otro lado, el Real Madrid y el Barcelona, por sí solos y sin el apoyo de las asociaciones internacionales de este deporte, no serían capaces de organizar una gran competición que aumenté el interés mundial por el fútbol europeo.
Por este motivo, a mi juicio, de una manera u otra, los clubes de fútbol y la UEFA están condenados a entenderse.
The Objective.