El verano de 2013 se vío sacudido, una vez más, por importantes revueltas en el mundo mediterráneo musulmán. Esto no es nuevo pero si cobra especial relevancia si lo ponemos en relación con la llamada “Primavera árabe”. Los movimientos sociales y las multitudinarias manifestaciones de entonces continúan y de alguna manera se vuelven contra su origen. Conviene en este momento reflexionar y tratar de escuchar atentamente lo que pasa y evitar simplificaciones y diagnósticos interesados para tratar de entender el fondo del asunto, medir las consecuencias y tratar de sugerir soluciones.
El suceso más dramático, sin duda, es la terrible evolución del conflicto en Siria que amenaza con internacionalizarse tras las acusaciones por el uso de armas químicas contra la población civil. Como en todo conflicto las causa son múltiples pero la raíz, en este caso, es esencialmente local y tiene que ver con la convivencia de minorías y mayorías y con miedos atávicos a épocas pasadas. La situación geográfica y estratégica de Siria hacen del conflicto un desafío mayor y la comunidad internacional, europea y esencialmente la mediterránea no deben eludir sus responsabilidades y están obligados a buscar salidas a la crisis que eviten una catástrofe regional de consecuencias imprevisibles.
Aunque el número de víctimas sea menor la trascendencia de lo ocurrido en Egipto supone un desafío mayor a la evolución de las sociedades árabes hacia un modelo de sociedad más abierta y democrática. El golpe que depuso al Gobierno legítimo de los Hermanos Musulmanes supone un retroceso y muestra una incapacidad social a resolver sus conflictos y a establecer instituciones que garanticen el respeto a la voluntad popular. Los errores y abusos que pudieran haber cometido los gobernantes no pueden solucionarse sacando los tanques a la calle. De igual manera no pueden justificarse con mayorías electorales cambios que van más allá de lo previsto en la Constitución o en los procesos electorales. La gestión de tales cambios es clave en la evolución de la sociedad. Egipto es el país central política y geográficamente de la Región, su liderazgo es claro y su evolución marcará la evolución de la zona. El verano nos deja en Egipto la sombra de una dictadura militar, disfrazada o no, que nos retrotrae a la época de Mubarak. La tibia actitud internacional solo hace aumentar la inquietud y el desanimo ante la evolución del país.
En Túnez, la cuna de la “primavera árabe” el verano se inició con el asesinato del líder opositor Mohamed Brahmi, en un suceso lleno de dudas y en el que las acusaciones de connivencia de las autoridades han sido generalizadas. La mayor experiencia democrática de la sociedad tunecina, pese a la pesadilla Ben Alí, nos permite albergar esperanzas de que las derivas islamistas del partido gobernante Ennahda se contendrán. Las últimas noticias son más esperanzadoras con la implicación del Gobierno en la resolución de los asesinatos.
Además de estos acontecimientos, que podríamos llamar mayores, la inestabilidad sigue siendo la nota general de la zona, Libia continua debatiéndose y desbordando su conflicto sobre el Sahel, el eterno problema de Israel avanza y retrocede generando tensiones y ahogando esperanzas. Países más estables como Jordania y Marruecos también han padecido sobresaltos con protestas populares e incidentes con la policía.
La conclusión fácil es la incapacidad de la región de evolucionar a sociedades abiertas y democráticas. Pero un análisis más riguroso nos muestra sociedades cada vez más capaces de protestar y que, apoyadas en las nuevas tecnologías, transmiten su malestar y muestran los excesos de sus gobernantes más allá de sus fronteras. Corresponde a la comunidad internacional, y muy singularmente a los países ribereños del Mediterráneo, escuchar esas protestas y analizar serenamente que hacer.
Sin duda las llamadas “Primaveras Árabes” generaron un entusiasmo excesivo que ocultó las razones de fondo que las movían: la desesperanza ante un desarrollo económico siempre aplazado y la indignación por el trato que unas dictaduras incapaces daban a sus ciudadanos. Los gritos de este verano son frutos de esas primaveras y el mirar para otro lado no ayuda en la resolución del conflicto.
La nueva situación geopolítica, con un repliegue de las fuerzas norteamericanas, y el nuevo esquema energético mundial donde la región pierde su liderazgo como suministrador nos remite el problema al ámbito regional euro-mediterráneo. La Unión Europea cuenta con los instrumentos (Política de vecindad, Estatutos Avanzados, Programas de Ayuda,…) y con las instituciones (Unión para el Mediterráneo, Encuentros 5+5 y numerosos Institutos especializados) que permiten poner en marcha un Plan que genere las condiciones para que el progreso económico y los avances sociales creen el sustrato en que puedan, finalmente, germinar las flores de la Primavera Árabe. Ese es el grito que nos lanza la otra orilla y el no escucharlo solo traerá más sufrimiento e inestabilidad al Mare Nostrum.