Mucho se habla en estos días de la desescalada y de sus distintas fases para retornar a la «normalidad» o a esa «nueva normalidad» que se nos anuncia será diferente a la que conocíamos. Sea como fuere, lo cierto es que tras la desescalada, nos quedará una nueva escalada, enormemente empinada, que es la escalada de la recuperación económica, para la que necesitaremos obviamente del esfuerzo de todos, pero en el que determinados perfiles profesionales serán particularmente decisivos. Y así, si durante el estado de alarma y la siguiente desescalada, todos tenemos muy claro que los profesionales sanitarios han sido vitales -literalmente vitales, pues han salvado miles de vidas, arriesgando las suyas propias-, en la escalada que nos queda para salir de la crisis, me parece indudable que los ingenieros tendrán un protagonismo crucial (más vale que lo tengan, desde luego, o será mala señal).
No es una mera hipótesis especulativa, sino más bien una proyección basada en la experiencia. Está más que demostrado que en todas las épocas de crisis, y particularmente en las más dramáticas, como los periodos de postguerras, la reactivación económica ha estado directamente ligada a la ingeniería, que es además la profesión que más ha contribuido históricamente a desarrollar no solo las infraestructuras y servicios públicos sino el propio concepto de lo público. En el mundo de la organización, de la industria, del transporte, de las infraestructuras, de la minería, incluso el de la agricultura, el papel de los ingenieros ha sido crucial y en épocas de reconstrucción mucho más. Honestamente, pienso que es el momento de la ingeniería.
Y lo es en dos sentidos o en dos planos. Es el momento de la ingeniería en la actividad empresarial privada. Y es el momento de la ingeniería en la planificación pública. Difícilmente saldremos de esta crisis si no se invierte en infraestructuras, tecnología, innovación, conforme a criterios de eficacia y parámetros técnicos y no políticos. Ello supone que la ingeniería debe pasar a un primer plano de la vida pública. En este sentido, se agradece un posicionamiento de los ingenieros en las grandes decisiones de inversión, como ha hecho el decano del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos al referirse al trazado del Metro de Sevilla. Estoy convencido de que la ingeniería debe demandar un peso específico en el sector público, no solo en la ejecución de proyectos sino sobre todo en su racionalización técnica.
Leí el otro día también en este periódico al decano del Colegio de Ingenieros Industriales de Andalucía Occidental, que manifestaba que es necesario fomentar las vocaciones universitarias hacia la ingeniería industrial. Me parece crucial que así se haga, y especialmente en un contexto social en el que se ha ido extendiendo cierta sensación de que la dura formación que requieren estas carreras técnicas «ya no merece tanto la pena», en el sentido de que no garantiza las perspectivas y horizontes profesionales que brindaba hace unos años. Sería un error pensar que tenemos un excedente de ingenieros, porque además la formación de la ingeniería es habilitante de una manera muy transversal, y de hecho no es absoluto infrecuente encontrar ingenieros en los consejos de administración y en los primeros puestos directivos de grandes multinacionales.
Creo que es el momento de que los ingenieros (en cualquiera de sus vertientes) aterricen a la función pública e incluso a la vida política activa. Y no sólo porque el momento postcovid demandará nuevas formas de hacer industria o nuevas fórmulas de inversiones en infraestructuras que revitalicen la actividad económica, sino porque necesitamos un nuevo modelo de gestión pública más ligado a la eficacia y a la dirección por objetivos que a la emoción y a la movilización electoral. Necesitamos a los mejores en la gestión de lo público, y entre los ingenieros no sé si están todos los mejores, pero desde luego sí muchos de los mejores, personas cualificadas y capacitadas para enfrentar grandes problemas y para resolverlos utilizando criterios técnicos y de eficiencia de recursos.
Finalmente, pienso que en un contexto en el que la tendencia que parecía imparable hacia la globalización ha quedado muy tocada, en el que el mundo de repente se nos ha hecho más doméstico y aldeano, en el que existe un riesgo de involución hacia el localismo y el nacionalismo en su acepción no solo geográfica y política sino mental, la ingeniería representa probablemente el último puente hacia la conectividad, el cosmopolitismo y la internacionalidad.
En resumen, no sabemos cómo será la nueva normalidad postcovid, pero más nos valdrá a todos que en ella la ingeniería juegue un papel relevante. Eso será señal de eficacia, gestión técnica, inversiones, desarrollo, avance internacional y defensa de un concepto de lo público que no se contrapone a lo privado sino que lo complementa y lo estimula.
Francisco José Fernández Romero, Socio Director de Cremades & Calvo-Sotelo (Sevilla)