Las calles de Londres, a mediados del siglo XIX eran un hervidero donde los deseos de reformas formaban corrillos entre los ciudadanos. La magnitud de las revueltas y las virulencia de las reivindicaciones hicieron preguntarse a más de uno si no sería el comienzo de aquella revolución de la que había hablado Marx pocos años antes. Protestas y más protestas. Si toda la ciudad estaba en ebullición, había un punto, al Norte de Hyde Park, que concentraba la mayoría de reuniones de las asambleas de trabajadores. Un paraje que más tarde se denominaría como Speakers’ Corner. Este lugar, cercano a un arco de mármol de Carrara diseñado en 1828 sobre la base del modelo del arco triunfal de Constantino en Roma, ha sido testigo de discursos y debates sobre los temas más variados durante más de ciento cincuenta años.
Las protestas y las agitaciones a favor de la petición de reformas en el sistema democrático inglés, puso de relieve la necesidad de proteger y ordenar la propia libertad de expresión. En 1872, la Royal Parks and Garden’s Act , a la vez que reconocía el derecho a la libertad de expresión, limitaba los lugares donde se pudiesen manifestar y discutir ideas de forma alternativa al poder político establecido.
Desde entonces, el Speakers’ Corner se convirtió en un lugar tradicional para los discursos y los debates sobre cuestiones públicas y, por supuesto, en el lugar favorito para el comienzo de protestas, asambleas y manifestaciones. Y tuvo éxito. Muchas de las reformas requeridas encontraron respuesta al cabo del tiempo. Paradójicamente, fue tribuna también de oradores como Marx, Lenin, y otros líderes comunistas y socialistas que utilizaron y alabaron para sí medios y libertades que luego negaron para su pueblo. En cualquier caso, ha servido como plataforma de libertad de expresión para los ciudadanos de Londres y de todo el mundo. Miles de personas han aprovechado el micropoder que el Speakers’ Corner les ofrecía para explicar a la ciudadanía en general sus puntos de vista.
Ciento cincuenta años después, las nuevas tecnologías de la interactividad surgidas de la revolución digital han trasladado el Speakers’ Corner a cada hogar, a cada individuo, convirtiendo cada punto de la web en una tribuna. Hemos pasado del privilegio de unos pocos oradores al micropoder de un universo de conversadores con grados inimaginables de libertad de expresión de pensamientos, de ideas, de planteamientos y de información sobre la realidad. El micropoder de la libertad de expresión ha proporcionado a cada ciudadano una escalera desde la que puede ver al resto del mundo y comunicarse con él.
La libertad de expresión, en efecto, es una parte esencial del micropoder surgido de los cambios sociales provocados por la interactividad propia de las tecnologías digitales. Este derecho, ausente o gravemente disminuido durante la mayor parte de la historia de la humanidad, ha encontrado un aliado firme para ser capaz de desarrollarse dentro del proceso de comunicación centrado en las personas.
Las personas han constituido, sirviéndose de esa interactividad digital, un proceso que es parte y, a la vez, origen de la propia estructuración de la sociedad. Con la llegada de Internet, este proceso, este ámbito tiene que ser reclamado con más fuerza para los ciudadanos, quienes expresándose en libertad vuelven a disfrutar una capacidad, de un poder que les es debido:
Internet es una oportunidad significativa para mejorar el flujo de información y de ideas por todo el mundo. Los mecanismos de gobierno de Internet deben estar basados en el principio de apertura, compaginando la interoperabilidad, la libertad de expresión en las Sociedades del Conocimiento y las medidas para resistir cualquier intento de censurar contenidos. No debe haber cambios en los mecanismos de gobierno de Internet que impidan el libre flujo de información y de ideas. Los efectos de estos mecanismos deben facilitar un mayor uso de Internet por parte de los ciudadanos con diversos patrimonios lingüísticos y culturales (UNESCO).