El lanzamiento de ChatGPT despertó tanta expectativa como inquietud en la opinión pública y, particularmente, en la comunidad jurídica. Sin embargo, en los grandes despachos profesionales, el avance de la tecnología del lenguaje basada en inteligencia artificial suscita mucho más lo primero (interés) que lo segundo (temor). Bien utilizada, y como ya he defendido, la IA puede convertirse en un instrumento de apoyo para los profesionales jurídicos y para sus clientes. Pero para que efectivamente lo sea no basta con incorporarla – las versiones de pago por sí mismas no son suficientes –, hay que entrenarla.

Es lo que están haciendo ya, por ejemplo, numerosas sociedades científicas, además de centros tecnológicos e institutos de investigación, que están diseñando sus propias versiones de estas herramientas, enseñándolas a pensar como sus especialistas para que sean asistentes realmente cualificados en la búsqueda y discriminación de fuentes, procesamiento de datos estadísticos y redacción y traducción de primeras versiones de documentos. Todo esto realmente no lo hace solo la IA. La IA aprende, pero lo hace cuando es bien tutorizada, es decir, cuando recibe el entrenamiento intensivo de profesionales que hacen las preguntas adecuadas, van marcando las pautas, corrigiendo errores, y en definitiva colaboran con la máquina para mejorar el procesamiento de datos y extracción de conclusiones.

¿Miedo de que pueda llegar la IA a hacer prescindible el trabajo intelectual de los profesionales jurídicos? Por mi parte, al contrario. Liderada y conducida por los especialistas, puede ser un instrumento de enorme valor y de hecho creo que el profesional más demandado en los próximos años en los grandes despachos profesionales será el de entrenador de IA. No me extraña que ya esté sobre la mesa el debate sobre la protección intelectual de las creaciones de la IA. A priori puede parecer extraño que el trabajo de una máquina pueda ser objeto de derechos económicos. Sin embargo, ¿puede considerarse que no hay un trabajo intelectual en un proceso que puede incluir decenas de órdenes y preguntas a la máquina para acabar de modelar el producto deseado?

Por la historia de la filosofía, sabemos que las preguntas son tan importantes como las respuestas. Los grandes sabios que han pasado a la historia del pensamiento nos deslumbraron más por saber encontrar las preguntas adecuadas que por proporcionarnos las respuestas definitivas.

Del mayor de todos ellos, Platón, de quien se ha dicho que todos los sistemas filosóficos no son sino notas a pie de página del suyo, aprendimos que no hay ejercicio intelectual más importante, ni que nos aproxime más al conocimiento, que preguntar. El trabajo que realiza el profesional que pregunta y conduce a la máquina no me parece muy diferente al papel que el filósofo griego le atribuye a Sócrates en sus diálogos.

Y tampoco me parece demasiado diferente del rol que asumen los líderes y los jefes de equipo en todas las organizaciones. De ellos proceden las preguntas y la afinación de las respuestas, la dirección del proceso para que el producto generado responda a los estándares de calidad deseados. Preguntar siempre ha sido un arte, quizás la parte más relevante de cualquier ejercicio de creación intelectual, y preguntar a la IA será sin duda el gran arte de los próximos años. El gran desafío profesional en casi todos los ámbitos y también en el jurídico.

La conversación, que es probablemente el acto más humano y humanizador que existe (así lo califica Sherry Turkle en su fantástico ensayo En defensa de la conversación), es para el hombre la principal forma de aprendizaje. Ni siquiera los libros tienen el potencial formativo de una buena conversación. Así va a ser también para la máquina.

Cincodias
Socio director de Cremades & Calvo-Sotelo (Sevilla)

De acuerdo