La España corporativa se despertó sorprendida hace un par de semanas al conocer un nuevo episodio de OPA que podría, de tener éxito, cambiar la actual configuración del sector bancario español. El BBVA anunciaba la presentación de una Oferta Publica de Adquisición de acciones del Banco Sabadell.
Las operaciones de OPA en España son muy poco frecuentes. Los accionistas de las empresas opadas, las que son objeto de adquisición, resultan siempre beneficiados.
Al menos no perjudicados, pues siempre tiene la libertad de no vender, de no aceptar la OPA. A los representantes de los accionistas minoritarios le gustan siempre las OPA, todas las OPA, para ellos nunca hay hostilidad en una OPA. Por eso me han sorprendido las diversas oposiciones que ha tenido el anuncio del BBVA.
En cierta medida, lo sucedido puede evocar la famosa comedia de Shakespeare, Much ado for nothing, traducida normalmente como Mucho Ruido y pocas nueces, pero también, a veces, como Mucho ruido por nada. Se trata de una de las grandes comedias del maestro de Stratford-uponAvon, en la que, en un complejo entramado de personas y relaciones en las que se vislumbran todo tipo de argucias de amor, desamor, traiciones, lealtades, mentiras, verdades y medias verdades, al final todos se reconcilian y se celebra un gran baile y una gran boda. Todo un agudo retrato de la complejidad del ser humano, en una oda en la que en el fondo se ensalza su absoluta simplicidad.
Es evidente que el anuncio de OPA del BBVA ha producido en diversos sectores de nuestra sociedad mucho ruido. Pero sin duda lo importante son las nueces. No es mi propósito relativizar la importancia que puede tener una OPA en el ámbito corporativo de las sociedades cotizadas. Y menos una OPA que se produce entre dos entidades de gran peso e importancia en el sistema financiero español. Pero lo que sí quisiera es rescatarla de ese torbellino político, económico, mediático y social en la que se halla inmersa en estos días (el ruido), y reconducirla a su esencia, que es básicamente jurídica y regulatoria (las nueces). En este sentido, la OPA constituye una dinámica absolutamente normal, ordinaria e incluso necesaria, en el correcto funcionamiento de los mercados financieros. Una de las distintas expresiones de la aplicación de las reglas del juego del mercado. Casi más bien debiéramos decir que si no hubiera OPAS, parafraseando al propio Shakespeare, algo olería a podrido en nuestro mundo corporativo.
Es pues importante recordar que estamos ante una operación puramente privada, esto es, una operación entre particulares. Una simple oferta de compra de acciones dirigida a unos accionistas. Aquí no tienen mucho que decir la mayor parte de los actores que hasta la fecha se han ido pronunciando con más o menos ruido. Realmente nada tienen que decir los administradores del Banco Sabadell, que aunque ya expresaron su posición sobre el particular, aún tendrán que emitir un informe sobre la operación. Más bien lo que tienen por ley es un deber de abstención. Y estrictamente hablando, tampoco tiene nada que decidir el Gobierno, más allá de dar su opinión. Si bien es cierto que para la culminación del proceso tendrán que obtenerse las oportunas autorizaciones administrativas sectoriales, no es menos cierto que se hallan residenciadas en administraciones independientes, sujetas a deber de legalidad. A mi modo de ver, no existe en nuestro ordenamiento, como parece querer dase a entender, una potestad arbitraria del Gobierno sobre la autorización o no de una operación privada de mercado.
El sí o el no del buen fin de la opa depende, pues, del accionista, en especial del accionis ta minoritario, que como suele suceder, es el mayoritario en las sociedades cotizadas.
Metafóricamente hablando, y recordando la escena final de la obra mencionada al comienzo de esta columna, en la fiesta de las OPA, el invitado principal es el accionista.
Hay otros asistentes, en especial, aquellos cuya misión es asegurar que la fiesta discurra por los cauces establecidos, esto es, que se apliquen las reglas del juego. El Estado de Derecho también se manifiesta en el ámbito de lo privado. Es lo que los Ordoliberales, a quienes tanto debemos en su visión de la interacción entre Derecho, Economía y Política, llamaban la Sociedad de Derecho Privado (Privatrechtsgesellschaft). El Mercado es una de las instituciones que, en el marco de la Democracia, más prosperidad y bienestar ha traído a nuestra civilización.
Es importante pues salvaguardar la aplicación de la Ley, alejando la idea de que ésta se pueda identificar con la voluntad de alguien en particular.
Los reguladores, el Gobierno, pero también las asociaciones de accionistas minoritarios europeas y los ciudadanos vamos a estar muy atentos a la evolución de este proceso, velando, en la medida de nuestras posibilidades, por una absoluta observancia de las reglas del juego, y el respeto del derecho del accionista a decidir libremente si acepta o no la oferta que se le haya formulado. La protección del accionista en este caso es la no interferencia en el proceso que ha comenzado y sobre el que él tiene la última palabra.
Javier Cremades es abogado y presidente de Cremades & Calvo-Sotelo